Sunday, December 17, 2006

Huellas de la catástrofe.

Antonio Sustaita rescata trastos, objetos que nosotros arrinconamos. Nos hace sentirnos desalmados: ¿cómo hemos sido capaces de deshacernos de ellos? Ni siquiera estamos a la altura del chamarilero que se los vendió. Él, al menos, supo establecer para ellos un valor: mercancía barata.

Sustaita golpea dos veces nuestra conciencia. Nuestros trastos son sus fósiles. Acudo al diccionario. Fósil: “Aplícase a la sustancia de origen orgánico más o menos petrificada, que por causas naturales se encuentra en las capas terrestres”. La ambigüedad del “más o menos” –poco habitual en documentos tan precisos como los diccionarios- no existe en estos fósiles. Líquido: “Dícese de todo cuerpo cuyas moléculas tienen tan poca cohesión que se adaptan a la forma de la cavidad que las contiene, y tienden siempre a ponerse a nivel; como el agua, el vino, el azogue, etc.”. Indudablemente, la adaptabilidad permite a estos fósiles moverse, encarnarse en nuevas realidades; cambiar de estado. Sustaita adivina, como el paleontólogo, el rastro de lo que han sido. Y les proporciona una nueva vida: liberándolos de los obsoletos significados en los que estaban atrapados; los conjuga y, encadenándolos a otros, los libera. Nos invita a experimentar lo gastado como nuevo.

En vez de usar el arte para tratar de la realidad, Sustaita prefiere, por el contrario, usar la realidad (una realidad gastada, pero de ninguna manera exhausta) para animar el arte.

Un día Sustaita sacó de una vieja mochila lo que a simple vista parecía una cadena marrón. Al verla de cerca, sin embargo, comprobé que se trataba de un objeto prodigioso: una sucesión de eslabones tallados paciente y cuidadosamente en un único tallo de madera. Cuando la recuerdo ahora, mezclada con los otros objetos con que ha ido asociándose –ella y otras como ella- la veo como una especie de condensación de afanes por entrelazar, anclar, sujetar, fijar ... y proporcionar hueco y cobijo a esas cosas que por esencia molecular, habrían terminado por disolverse sin remisión. Me pareció un tesoro.

Quizás por ello las obras de Antonio Sustaita son solemnes; detrás se adivina un hombre preocupado. Sus fósiles, más que hallazgos felices, son síntoma de todo aquello que hemos perdido. Recuerdan a esos murales monocromos que se pintaban en las casas de las ciudades después de las catástrofes.

La obra de Sustaita nos pone de cara ante una catástrofe que preferiríamos ignorar


Dra. Selina Blasco
Facultad de Bellas Artes
Universidad Complutense de Madrid, 2006.

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